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DISCURSO DE SS BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA (CAL)
Sábado 20 de enero de 2007

Señores Cardenales,
queridos hermanos en el Episcopado:

Me da mucha alegría recibir y saludar con afecto a los Consejeros y Miembros de la Pontificia Comisión para América Latina con ocasión de su Reunión Plenaria. Agradezco a su Presidente, el Cardenal Giovanni Battista Re, sus amables palabras que expresan el sentir de todos vosotros y el deseo profundo de renovar vuestro compromiso de servir, cum Petro et sub Petro, a la Iglesia que peregrina en América Latina, siguiendo el ejemplo de Cristo, el Buen Pastor, que ama y se entrega por sus ovejas.

Pensando en los desafíos que al inicio de este tercer milenio se plantean a la Evangelización, se ha escogido como tema de reflexión este encuentro "La familia y la educación cristiana en América Latina", muy en consonancia con el inolvidable Encuentro Mundial de las Familias el pasado verano en Valencia, España. Fue un hermoso acontecimiento que pude compartir con familias católicas de todo el mundo, muchas de ellas latinoamericanas.

Vuestra presencia aquí me hace pensar en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que he convocado en Aparecida, Brasil, y que tendré el gusto de inaugurar. Pido al Espíritu Santo, que asiste siempre a su Iglesia, que la gloria de Dios Padre misericordioso y la presencia pascual de su Hijo iluminen y guíen los trabajos de este importante evento eclesial a fin de que sea signo, testimonio y fuerza de comunión para toda la Iglesia en América Latina.

Esta Conferencia, en continuidad con las cuatro anteriores, está llamada a dar un renovado impulso a la Evangelización en esa vasta región del mundo eminentemente católica, en la que vive una gran parte de la comunidad de los creyentes. Es preciso proclamar íntegro el Mensaje de la Salvación, que llegue a impregnar las raíces de la cultura y se encarne en el momento histórico latinoamericano actual, para responder mejor a sus necesidades y legítimas aspiraciones.

Al mismo tiempo, se ha de reconocer y defender siempre la dignidad de cada ser humano como criterio fundamental de los proyectos sociales, culturales y económicos, que ayuden a construir la historia según el designio de Dios. En efecto, la historia latinoamericana ofrece multitud de testimonios de hombres y mujeres que han seguido fielmente a Cristo de un modo tan radical que, llenos de ese fuego divino que lo consume todo, han forjado la identidad cristiana de sus pueblos. Su vida es un ejemplo y una invitación a seguir sus pasos.

La Iglesia en América Latina afronta enormes desafíos: el cambio cultural generado por una comunicación social que marca los modos de pensar y las costumbres de millones de personas; los flujos migratorios, con tantas repercusiones en la vida familiar y en la práctica religiosa en los nuevos ambientes; la reaparición de interrogantes sobre cómo los pueblos han de asumir su memoria histórica y su futuro democrático; la globalización, el secularismo, la pobreza creciente y el deterioro ecológico, sobre todo en las grandes ciudades, así como la violencia y el narcotráfico.

Ante todo ello, se ve la necesidad urgente de una nueva Evangelización, que nos impulse a profundizar en los valores de nuestra fe, para que sean savia y configuren la identidad de esos amados pueblos que un día recibieron la luz del Evangelio. Por ello resulta oportuno el tema elegido como guía para las reflexiones de dicha Conferencia: Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida. En efecto, la V Conferencia ha de fomentar que todo cristiano se convierta en un verdadero discípulo de Jesucristo, enviado por Él como apóstol, y como decía el Papa Juan Pablo II, "no de re-evangelización sino de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión", a fin de que la Buena Noticia arraigue en la vida y en la conciencia de todos los hombres y mujeres de América Latina (Discurso en la apertura de la XIX Asamblea del Consejo del Episcopado Latinoamericano. Port-au-Prince, Haití, 9 marzo 1983).

Queridos Hermanos: los hombres y mujeres de América Latina tienen una gran sed de Dios. Cuando en la vida de las comunidades se produce un sentimiento como de orfandad respecto a Dios Padre, es vital la labor de los Obispos, sacerdotes y demás agentes de pastoral, que den testimonio, como Cristo, de que el Padre es siempre Amor providente que se ha revelado en su Hijo. Cuando la fe no se alimenta de la oración y meditación de la Palabra divina; cuando la vida sacramental languidece, entonces prosperan las sectas y los nuevos grupos pseudoreligiosos, provocando el alejamiento de la Iglesia por parte de muchos católicos. Al no recibir éstos respuestas a sus aspiraciones más hondas, que podrían encontrarse en la vida de fe compartida, se producen también situaciones de vacío espiritual. En la labor evangelizadora es fundamental recordar siempre que el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo en Pentecostés, y que ese mismo Espíritu sigue impulsando la vida de la Iglesia. Por eso es importante el sentido de pertenencia eclesial, donde el cristiano crece y madura en la comunión con sus hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre.

"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14,6). Como señalaba mi venerado predecesor Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Ecclesia in America, "Jesucristo es, pues, la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los interrogantes fundamentales que asedian también hoy a tantos hombres y mujeres del continente americano" (n. 10). Sólo viviendo intensamente su amor a Jesucristo y entregándose generosamente al servicio de la caridad, sus discípulos serán testigos elocuentes y creíbles del inmenso amor de Dios por cada ser humano. De esta manera, amando con el mismo amor de Dios, llegarán a ser agentes de la transformación del mundo, instaurando en él una nueva civilización, que el querido Papa Pablo VI llamaba justamente "la civilización del amor" (cf. Discurso en la clausura del Año Santo, 25 diciembre 1975).

Para el futuro de la Iglesia en Latinoamérica y el Caribe es importante que los cristianos profundicen y asuman el estilo de vida propio de los discípulos de Jesús: sencillo y alegre, con una fe sólida arraigada en lo más íntimo de su corazón y alimentada por la oración y los sacramentos. En efecto, la fe cristiana se nutre sobre todo de la celebración dominical de la Eucaristía, en la cual se realiza un encuentro comunitario, único y especial con Cristo, con su vida y su palabra.

El verdadero discípulo crece y madura en la familia, en la comunidad parroquial y diocesana; se convierte en misionero cuando anuncia la persona de Cristo y su Evangelio en todos los ambientes: la escuela, la economía, la cultura, la política y los medios de comunicación social. De modo especial, los frecuentes fenómenos de explotación e injusticia, de corrupción y violencia, son una llamada apremiante para que los cristianos vivan con coherencia su fe y se esfuercen por recibir una sólida formación doctrinal y espiritual, contribuyendo así a la construcción de una sociedad más justa, más humana y cristiana.

Es un deber importante alentar a los cristianos que, animados por su espíritu de fe y caridad, trabajan incansablemente para ofrecer nuevas oportunidades a quienes se encuentran en la pobreza o en las zonas periféricas más abandonadas, para que puedan ser protagonistas activos de su propio desarrollo, llevándoles un mensaje de fe, de esperanza y de solidaridad.

Para terminar, vuelvo al tema de vuestro encuentro de estos días sobre la familia cristiana, lugar privilegiado para vivir y transmitir la fe y las virtudes. En el hogar se custodia el patrimonio de la fe; en él los hijos reciben el don de la vida, se sienten amados tal como son y aprenden los valores que les ayudarán a vivir como hijos de Dios. De esta manera, la familia, acogiendo el don de la vida, se convierte en el ambiente propicio para responder al don de la vocación (cf. Alocución en el Ángelus, Valencia, 8 julio 2006), especialmente ahora en que se siente tanto la necesidad de que el Señor envíe trabajadores a su mies.

Pidamos a María, modelo de madre en la Sagrada Familia y Madre de la Iglesia, Estrella de la Evangelización, que guíe con su intercesión maternal a las comunidades eclesiales de Latinoamérica y el Caribe, y asista a los participantes en la V Conferencia para que encuentren los caminos más apropiados a fin de que aquellos pueblos tengan vida en Cristo y construyan, en el llamado "Continente de la esperanza", un futuro digno para todo hombre y mujer. Os aliento a todos en vuestros trabajos y os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.

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